Los dicharachos de Pablo Casado

Según lo veía Enmanuel Kant, el hombre es esa “cosa imprecisa y oscura”, una posibilidad de la evolución natural. Lo animal pervive en la forma humana, cubre sus desnudeces, recorre nuestras calles, da discursos y a veces derrama una lágrima, como los cocodrilos. Otros es más difícil buscarle el símil, que el monstruo está enraizado en la cultura, en el momento histórico.

¿Qué tipo de  animalidad había en Hitler y en aquellos nazis que escuchaban la música de Mozart a todo volumen para no oír los gritos de los gaseados en las cámaras de gas? <<¡Hitler es Alemania. Alemania es Hitler!>>, gritaba Rudolf Hess, presidente del Partido Nazis a las masas enfervorecidas creando un monstruo colectivo ante el cual palidece el más atroz imaginado en mitos y leyendas, en el bestiario anónimo Phylologus, en las autoterapias de tipo sicoanalítico de Cortázar o en el “jardín zoológico” de Borges, quien consideraba que “un monstruo no es otra cosas que una combinación de elementos de seres reales y que las posibilidades del arte combinatorio lindan con lo infinito”.  Cuando en 1934 Borges escribe estas palabras en el Prólogo a su Manual de zoología fantástica se le escapó  este monstruo. Hay animales que escapan a la imaginación humana en tanto y en cuanto no sepamos verlos o diferenciarlos de nosotros mismos, como les pasó a los alemanes del Tercer Reich o a los fascistas de nuestros lares.

Otras veces es que no hay un referente real, tal y como les sucedió a los indígenas americanos, que no habían podido imaginar al centauro porque no conocían el caballo y creían lo que los conquistadores les decían: que eran animales fabulosos y el equino se alimentaba de oro y solo ese metal aplacaría su furia. Solo más tarde pudieron los nativos comprender que el oro era para satisfacer la codicia del animal invasor.  Luego hay animalitos, como estos gorriones que saltan alrededor del velador donde me siento y se disputan invisibles migajas; y esos famélicos niños de una aldea africana a quienes se les propone a ver quien llega antes a  coger el único fruto que pende de la rama de un árbol y ninguno se mueve porque, por el grado de humanidad alcanzada, son incapaces de entender la disputa insolidaria. No siempre es fácil ver la calidad humana entre el ensordecedor ruido de la civilización tecnológica y el capitalismo depredador.

En vísperas de la guerra civil del 36, Ramón J. Sender nos cuenta en Requien por un campesino español de un lugar en el pueblo de la acción llamado el carasol donde se encontraba el lavandero público y las mujeres hablaban libremente, se comentaban los sucesos y se podían decir dicharachos, como los del zapatero a la vieja Jerónima, más con deseos de hacer reír que insultarla: <<Cállate penca del diablo, pata de afilador, albarda, zurupeta, tía chamusca, estropajo… Te lo digo a ti, zurrapa, trotona, chirigaita, mochilera, trasgo, pendón, zancajo, pincha-tripas, ojisucia, mocarra, fuina…>>. La Jerónima respondió: <<¿Quién iba a decirme que este monicaco tenía tantas dijendas en el estómago?>>.  Y las viejas del carasol reventaban de risa. La misma hilaridad nos produjo la retahíla que Casado le endilgo a  Sánchez al acusarlo de <<traidor, felón, golpista, ilegítimo, okupa, inepto, mediocre, desleal, mentiroso compulsivo…>>. Le faltó tacharlo de “subhumano” (el Untermensch nazis) para dejar salir el animalito que lleva dentro y poder catalogarlo en el bestiario de nuestra oratoria parlamentaria  como parte de la serpiente de las tres cabezas y la salamandra, que se alimenta del fuego.  Hay monstruos que hacen reír y otros llorar..

 

 

 

 

 

Deja un comentario

Archivado bajo Artículos (Nacional)

Deja un comentario