Archivo mensual: diciembre 2011

Egipto, dictadura y la revolución

     A finales de marzo del presente año, en medio de la euforia que se experimentaba en la plaza Tahrir de El Cairo por la caída de Mubarak, desde estas mismas páginas expuse mis dudas de llamar revolución a un movimiento que entregaba el poder al Ejército que había sido el garante de la dictadura del depuesto octogenario, y me atrevía a prever que lo peor estaría por venir. Era evidente que la pretensión de Mubarak de sucederse en su hijo no tendría éxito y que se le dejaría caer y sería utilizado como chivo expiatorio de una maniobra de asombrosa astucia que buscaría que el Ejército se sucediera a sí mismo, mientras que el pueblo, falto de iniciativa política, cantaba y bailaba en la plaza pública y dejaba escurrir, en la fiesta, esa oportunidad revolucionaria como la arena se escurre del puño. Las imágenes de Mubarak enfermo, trasladado en camilla y encerrado en una jaula en la sala donde se le juzgaba, era la mejor prueba de que la desmesura y el exhibicionismo teatral sustituirían a las esperanzas puestas en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF, por su siglas en inglés) para liderar el cambio hacia una sociedad civil y democrática. Porque aquella pantomima se vería desenmascarada cuando se avanzara en los puntos que el Ejército se había comprometido con los manifestantes, tales como las elecciones para elegir una asamblea constituyente

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Salutación de un optimista

                                                                                     A Héctor

A juzgar por la escasa difusión que ha merecido la noticia en EEUU de la Cumbre de países Latinoamericanos y del Caribe (CELAC, por sus siglas en español), celebrada en Caracas, a los norteamericanos no les ha debido sentar muy bien eso de concertar algo en Latinoamérica excluyéndolos. El sentimiento común, no obstante, es que el que se expresa en el New York Times: la CELAC es un puñal clavado en el corazón de la Organización de Estados Americanos (OAS, por sus siglas en inglés). Y es que los norteamericanos consideran Latinoamérica como su patio trasero, abastecedor de materias primas y receptor de sus excedentes comerciales, desde que, tras derrotar a España en aquel nefasto ´98 del decimonónico siglo, se explicitó la doctrina intervencionista para Latinoamérica del presidente James Monroe basándola, no en la moral de la ley internacional, sino en los desnudos intereses de su país al grito de: “Latinoamérica para nosotros”. Desde entonces el poder de las compañías norteamericanas es omnímodo. ¿Cómo no pensar en la United Fruit Company? ¿Derechos? Como escribió en 1890 Thayer Mahan, que defendía la creación de una gran armada para el expansionismo de su país, “USA no necesita más derechos que su política razonable apoyada en su poder”. Con el tiempo, sólo quedó el poder atemorizador de los cañoneros, cuando no la conspiración para instaurar dictaduras o la intervención directa para derrocar gobiernos. La historia es tan monótona que no merece repetirse.

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