El presidente Pedro Sánchez llevaba ya días con un gesto adusto, preocupado. Como que ya se barruntaba algo. Así es que cuando se corrió la noticia de que un juez había imputado a su mujer por tráfico de influencias, el diputado Gabriel Rufián aprovechó para preguntarle si creía en la justicia y nuestro presidente respondió: “Pues mire usted. Voy a ser muy escueto. En el día de hoy y después de la noticia que he conocido, a pesar de todo aún sigo confiando en la justicia de mi país”. Hacer de ripas corazón, ceo que le llaman a esta declaración de fe.
Y lo primero que me vino a la mente fue esa reflexión que hizo en su día Albert Camus, en el sentido de que en esencia todos estamos de acuerdo en conceptos básicos pero discrepamos en los matices. Por ejemplo, tal vez lo que usted entienda por libertad no es lo mismo que entiende la señora Díaz Ayuso o lo que usted entiende por salario justo no sea el que entiende su patrón, ni lo que un juez entiende por justicia sea lo mismo que entiende un fiscal. Tal es el caso. Lo que entiende el juez que ha imputado a la señora Begoña Gómez no es lo mismo que entiende el fiscal que ha pedido que se archive el caso.
Luego supe que la acusación viene de parte de Manos Limpias, una organización de la extrema derecha dirigida por un antiguo militante de la organización Fuerza Nueva que se oponía a la Transición y pretendía continuar con el franquismo. Y lo que más sorprendente es, como reconoce el mismo Miguel Bernard, secretario general de esta organización “sindical”, que “la acusación sale de afirmaciones de un par de periódicos y que pudieran ser falsas, en cuyo caso habría que pedir responsabilidades a estos periódicos, no a los denunciantes”. Es decir, ellos sueltan la acusación y que el juzgado investigue si es falsa o no. Luego me puse a pensar que, si no se presentan pruebas inculpatorias sino solo recortes de periódicos no le cabe ninguna responsabilidad al juez. No soy ducho en la materia y aquí me quedé.
Pero en este caso creo que no es lo mismo denunciar a la señora del presidente electo de la nación que a Perico de los palotes, por las repercusiones que pudiera tener no solo en el ánimo del dirigente, que Pedro es igual a Perico, sino también en la política de ese país. Y esta es la situación. El país anda como traumatizado ante la decisión de Pedro Sánchez de darse unos días para pensarse si merece la pena continuar de presidente en un país donde la justicia es justa, sí, pero “presuntamente” al albur de enconadas ideologías, con lo que eso puede afectar al Estado de derecho y, en suma, a la democracia, que es un preciado bien de todo ciudadano.
El lunes sabremos qué ha decidido.
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